Los algoritmos que manejan nuestra mente nos hacen retroceder al uso de un pensamiento binario que fragmenta la totalidad y toma a un pedazo como un todo. Pero al observar la información, los fanáticos tienen una mirada en blanco y negro que no perciben la riqueza cromática del mundo y, cuando se enfrentan a sus adversarios, no combaten sus ideas sino que los persiguen porque creen que solo hay buenos y malos, santos y corruptos, frailes inquisidores y brujas. Están intoxicados con doctrinas que disfrazan sus angustias. Y al escribir, el periodista es separado hacia un lado de los dos lados sin considerar que a veces se piensa de una manera y otras veces de otra.

Deberíamos vivir con ideas en las que creemos con teorías sin ingresar en el rumbo único al que llevan las doctrinas, para tener la posibilidad de ponerlas en duda. Cuando una teoría se vuelve demasiado rígida no estimula el desarrollo del pensamiento y, aunque une, no provoca el razonamiento. Pensar es dudar, explorar territorios desconocidos, lejos de los dogmas, manteniendo la fe en verdades que siempre son relativas. Combate el  pensamiento binario y simplificador al que pertenece una verdad única que no admite refutaciones ni preguntas.

El periodismo también forma parte de la comunicación digital y emotiva. No me aíslo del uso de las nuevas formas de comunicar donde la nueva realidad entiende a la política con elementos que están más allá de las palabras, gráficos, memes, música con esa visión lúdica de la realidad. Las redes son indispensables para la comunicación pero generan lealtades superficiales que cambian en cualquier momento dejando un pensamiento divertido y fugaz que se esfuma sin dejar huellas.